Una de las técnicas más comunes en la rinoplastia abierta estructural, ya sea primaria, de revisión o étnica, es algún tipo de injerto de dorso para definir, posicionar, aumentar, dar forma y modelar el dorso nasal. El injerto de dorso es una de las técnicas de rinoplastia más creativas, artísticas y desafiantes, que exige las mejores habilidades, juicio y planificación por parte del cirujano.
El objetivo principal es lograr el efecto deseado con el injerto de dorso pero evitar que su presencia sea detectable o que añada cualquier tipo de deformidad; siendo la naturalidad y la indetectabilidad objetivos totalmente factibles, sin embargo y en algunos casos el injerto colocado en la dorso puede ser explícito, detectable y su contorno, crestas, forma y prominencia ser obvios para el ojo del observador; no es necesario decir que esto es absolutamente antiestético y necesita una revisión quirúrgica.
Para prevenir la deformidad en lápida de dorso nasal el cirujano debe dar forma, adaptar, tallar y modelar el injerto de forma altamente personalizada para la anatomía de la nariz del paciente, considerando factores críticos como el grosor y la transparencia de la piel, la cantidad de tejido subcutáneo, la firmeza y la forma del cartílago empleado para el injerto, el vector de proyección hacia la piel, etc.
Algunas maniobras muy específicas dirigidas a prevenir la visibilidad del injerto son aplastarlo, hacer cortes en su superficie, biselar sus bordes, ajustar su grosor, curvarlo o agregar encima de él y debajo de la piel capas de camuflaje como pericondrio o injerto de fascia temporal.
Advertencia a los pacientes: solo los cirujanos altamente experimentados que se han sometido a un entrenamiento óptimo y que ya han realizado una gran cantidad de rinoplastias por vía cerrada y no estructurales deberían realizar injertos en la nariz y casos de rinoplastia estructural, siempre que se sientan capaces y cómodos con el desafío.